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Paranà, Entre Rios, Argentina
Apasionado por las personas y de espiritu curioso. Con gusto por la literatura desde niño, explorando un poco de poesìa y de narrativa. Es así como he aprendido a contemplar la vida, maravillosa y cruel, como sucede.-

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martes, 30 de diciembre de 2008

La huìda


Decidió hospedarse en un hotel de Costa Salguero antes de continuar su camino a Ezeiza. Había sido una decisión muy estudiada esta de marcharse. Buenos Aires le pareció más europea que nunca, pero las calles porteñas le anticipaban la nostalgia del desarraigo.
Entró a la habitación y dejó las maletas a un lado. Una mesita resguardaba un libro de Osho sin rasgos de haber sido abierto. “La gente por acá anda muy deprisa”, se dijo. El ruido de los aviones distrajo su atención. Corrió las cortinas para ver como descendían y se alejaban de Aeroparque. Sintió un temblequeo en las rodillas. Cuanto más se acercaba el día del viaje, mayor era el temor por lo nuevo. Miró hacia las bocinas lejanas y los coches dejaban estelas en la autopista; todo marchaba como siempre.
Sus días se habían detenido. Permanecía en un estado de comunión con las personas y las cosas como si su mente hubiese congelado los espacios. Debía detenerse en aquél instante donde el corazón se agudiza y hecha un poco de luz sobre esa maraña de sentimientos que nos unen a las personas.
Tenía el alma rota, la familia era un caos, el trabajo escaseaba, los amigos se habían ido. Todo en esta patria le hincaba el corazón, y el amor había aparecido envuelto de condiciones asombrosas e imposibles. Era una lástima. Sacó de la billetera un boleto de Transportes Fluviales y leyó la inscripción en letras tambaleantes: “no me abandones”; luego lo giró para ver donde decía “tu amor me salva”.

Cuando llegó el ocho de mayo y subió al taxi rumbo a Ezeiza, no quería pensar en nada. Pero sintió la angustia presionarle el pecho y fue imposible contener el llanto.
En el Aeropuerto Internacional se detuvo unos minutos. Miró hacia los lados esperando si vendría. No se lo había prometido, pero le había dicho que su amor salvaba en los asientos traseros de un micro y en ese segundo de la velocidad en que se unen y se separan dos ciudades tan diferentes. Cuando oyó el anuncio del vuelo 545 de Southairlines para las 20:55 hs., comprobó que eso sólo ocurría en las películas. Entre una muchedumbre colmada de equipajes o de esperanzas, nadie le había venido a pedir que se quedara.

En los años en que se mantuvo lejos pudo reconstruir su fe, porque el lugar que había elegido resultó un pedacito de tierra alegre, hecha de hombres sufridos y castigados pero asombrosamente más felices. Cada vez que tenía oportunidad de abandonar el Brasil encontraba excusas para quedarse. En aquel tiempo fue acumulando motivos para regresar, pero ninguno lograba convencerle. Hasta que una promesa que se venia haciendo vieja le hizo desistir.

Después de tantos años la Estación Terminal reventaba de turistas. No imaginó que Paraná cambiaría tanto. La gente caminaba más apurada, algunos de sus amigos habían vuelto a Entre Ríos poco convencidos de que existieran tiempos mejores. Sólo había venido a cumplir el sueño de su hijo. Paulo a menudo se sentaba en sus rodillas a escuchar aquella historia esperando la parte en que aparecía un río, una ciudad-pueblo y otra más capitalista, luego le contaban del túnel construido por cientos de hombres metidos bajo las aguas y ya no podía dejar de soñarlo.
-Você fique aquí, cara. Eu vou até un banheiro e volto num segundinho.
-Valeu- respondió la criatura, sentado frente a la boletería de Transportes Fluviales. Caminó hacia el fondo vidriado desde donde se podía ver la plaza en que solían esperar el micro en su época de estudiantes. La Ciudad Paisaje no había cambiado; eran sus ojos los que la miraban diferente. Pensaba. Pensamientos ajenos al resentimiento, de una identidad latina, que sucumbían en la mente sin reproches hacia ningún sistema, hacia ninguna ciudad, hacia ninguna política. Pensamientos que le tarareaba un corazón herido, sin cuya herida quizá haya sido más fuerte y capaz de contribuir a alguna clase de cambio en el país. El duelo del regreso era necesario.

Cuando volvió, apenas si pudo distinguir la visera beige de la gorrita entre los estudiantes que se agolpaban a retirar sus pasajes para cruzar a la Universidad del Litoral. Pero a Paulo la gente no parecía importunarle; se lo veía entretenido intentando comunicarse en su dulce portugués con un chiquito sentado al lado suyo.
-Tudo bom?- le preguntó, mientras el otro niño los observaba con extrañeza. De inmediato se escucharon gritos desesperados. Alguien se acercaba a tropezones.
-¿Dónde te habías metido? ¡Ya está saliendo el cole!!!- Paulo se aferró a su brazo mientras regañaban al visitante. Giró su cabeza en dirección a la voz y se detuvo en el rostro del pequeño que le dedicó un guiño de complicidad.
-¿Por qué hablan así?- preguntó el otro niño a quien se quedó en silencio frente a la carita de Paulo.
Fue un instante. Como en ese instante en que ya no se tiene la certeza si es que se unen o se separan las dos ciudades, en que las miradas de los adultos se cruzaron y sintieron el espasmo, el golpe de sudor, la sangre irrumpiendo por todos los rincones de sus cuerpos, los latidos, las contorsiones en el estómago. Era incontenible verse otra vez, así, ahora, tan parecidos, como si siete años no hubiesen transcurrido en sus corazones. No podían dejar de mirarse. No había qué decir. Y de repente escuchó la peor noticia, la que nunca imaginó, la menos esperada.
- Cuando llegué a Ezeiza eran las nueve de la noche... Nunca supe a dónde ibas.
- Cinco minutos...-pensó en voz alta. En ese lapso había abierto el libro de Osho que se llevó del hotel. Recordaba de memoria un pasaje sencillo: “Cuando tienes conciencia del tiempo, estás en manos de la muerte. Cuando no la tienes, la muerte, simplemente, no puede entrar. Ella ingresa a través del tiempo (...) La muerte es tiempo y la vida es eterna, atemporal. Tú eres la vida, y no la muerte.”
Paulo le tomó la mano reclamando su atención. Juntaron las mochilas y se acercaron al ómnibus. No quería mirar hacia atrás, entre tanta gente aún podía identificar el sonido de los pasos que alguna vez marcharon a su lado. El mismo andar firme y seguro que le daban la fuerza y la dirección a su propia marcha.

Subieron al micro en asientos contiguos como en aquél tiempo. Ahora presos de la casualidad, ahora conteniendo las lágrimas, ahora sintiendo por primera vez la presión del río sobre sus cabezas, y medio muertos. “Apenas unos instantes”, se repetía mientras observa a Paulo, tan feliz como estaba, con esa sonrisa inmensa bajo la visera beige. Entonces sacó del bolsillo el boleto, lo escribió, y se lo entregó a la única persona que amaría en este o cualquier otro sitio. El papel regresó a sus manos envuelto de la sensación terrible de un presente equivocado.-



ArielVerde.- (Fotografía ArielVerde.Farol de La Boca- Bs. As. 2007)

1 comentario:

  1. has puesto COMO SIEMPRE!! en cada cosa,cada palabra,cada foto...TU GRAN CORAZON. que seas feliz!!!!
    sabes que te admiro muchisimo.

    p/d: SOY YO!!!! quizas me recuerdes,bsos

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