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Paranà, Entre Rios, Argentina
Apasionado por las personas y de espiritu curioso. Con gusto por la literatura desde niño, explorando un poco de poesìa y de narrativa. Es así como he aprendido a contemplar la vida, maravillosa y cruel, como sucede.-

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viernes, 2 de enero de 2009

Sangre de otoño


Qué juventud la nuestra
que se aparece vieja

tan sentenciada a muerte
como la razón apresurada de los días

esperanzada y tardía
le llega la costumbre
ahuyentada y vacía, se va

¿algún dia diremos lo que hoy
debemos pensar, crear, guardar
para ese mañana?

La vejez en el alma
se hace una nota absurda

como una prisión

el cuerpo, el recuerdo, el tiempo,
el alma,
el alma perdida en el tiempo.-


ArielVerde (Fotografía ArielVerde- Fiacas- 2006)

Y espero


Quiero escribir
y tu recuerdo me secuestra
todas las palabras,

las más bellas
las pensantes
las huérfanas de una idea
las que te extrañan.

Quiero escribir
y un violin me secuestra
hacia el infinito de tus ojos

de tus negros ojos
de tus brillos
y de tu mirada.

Quiero escribir
y te secuestro en mis recuerdos
y así, siniestramente juntos
me entrego a tus arrebatos.

Tomo la pluma
y espero.-



ArielVerde (Fotografía Ariel Verde- Carta en Barranca- Paraná)

En tu mirada


Aunque quiera alcanzarte
y corra hacia tus cosas

aunque pretenda tu memoria
y recordar las fogatas
entre el acorde de una guitarra

aunque muera
por tener la respuesta
haber besado tantos labios
y saber qué hacer
de la vida,
siempre irás adelante

porque
tu tienes ese brillo
que te dejó el pasado

como la tenue sonrisa
de los días luminosos.-


ArielVerde (Fotografía ArielVerde- Puente de los Enamorados- Pque. Urquiza Paraná)

El amante


Recordarás el lenguaje de mis besos
que jamás dijeron nada

entonces sabrás que no existe
engaño alguno

creerlos para siempre
fue una esperanza agonizante y muerta
destrozada
y final.-


ArielVerde (Fotografía ArielVerde-

Nocturno


Quiero saber que me amas
antes de mirarte
y al abrazarte, lo compruebe,
y al confirmarlo
quiero saber de tus besos
mios
cálidos
eternos
quiero saber que tus besos
digan alegres
únicos
pícaros
que saben que te amo.-


ArielVerde (Fotografía ArielVerde- MacroRosa)

Reencuentro


Vi el mar

aspiré su brisa húmeda
con el aroma de la sal
y el sonido
de olas majestuosas
rompiendo contra el muelle

a lo lejos
una fragata en busca
de su destino...

Abrí los ojos

y el mar era el río manso
una canoa amarrada a los sauces
sin muelle, sin secretos

¡y también era hermoso!.-



ArielVerde (Fotografía ArielVerde- Caracol Cuba)

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Pudimos haber hecho lo correcto


A veces pienso
qué lindas son tus palabras
en esta noche terrible
en que no encuentro el consuelo

y tus caricias sanadoras y tus besos
dibujándome una esperanza
sobre la piel

a veces pienso en tu rostro sonriente
y vel el sol
en tu aroma exquisito
que me acerca a las flores y los campos

que bello
ver tu rostro ahora tan cerca
en que puedes rozar tus mejillas
con las mias.

Pero pudimos elegir el camino
del desencuentro
el de las armas
el de la razón

un camino recto y sin peligros
sin sorpresas
sin esperanzas

por el que transitamos
aunque sea una vez en nuestras vidas
y muchas son las otras veces,
las del arrepentimiento,
cuando la ausencia duele.

A veces pienso
que los caminos rectos
en que se vé sólo una luz
no son propios de Dios

que nuestros
son los caminos misteriosos
e imperfectos
llenos de chispas que nos confunden
a veces oscuros, otras neblinosos...

Qué lindas suenan tus palabras
en esta noche terrible
en que he descubierto que la luz
era permanecer
abrazarnos
y transcurrir.

Nosotros somos la vida
el reflejo de la vida
y la fuerza de la vida

como un río
que enfrenta toda geografía
arraigándose al paisaje
con la única intención de permanecer

... nosotros somos el camino.-


ArielVerde (Fotografía ArielVerde- Macro 2007)

martes, 30 de diciembre de 2008

La bronca


El malparido del Ladislao mandó a hacerle un pachichí a la Zulema. La vieja siempre andaba medio opa, pero nunca antes la notamos con ese andar pachorriento, enredándose las patas todo el tiempo como una vaca maniatada.
Ya me tenían patilludo con eso del bicho muerto en la puerta de la pieza. La doña vivía en el suelo gritando del dolor, y el Salvador puteaba todo el santo día al cornudo del Ladislao. No soltaba un peso para llevarla al médico; al parecer le importaba un pito que la Zulema estuviese embrujada. Mientras los vecinos le traían estampitas de todos los santos posibles, entre rosario y rosario, el Salvador puteaba por el animal que el otro le había robado de mal parido que era nomás.
La pelea se remontaba a cuando los hermanos dividieron el campo y la cosecha de uno se podría por la envidia del otro. Ahora al Salvador iba a podrírsele la vieja también.
Gumersinda bajó dos o tres veces del morro para curar de palabra a la Zulema. Todos le tenían miedo a la Gumer, como si fuese la mismísima madrina del Nazareno Cruz hecho lobo. Apenas si pudo aliviarle algo del ardor que le corría por los intestinos con la falsa promesa de que en unas semanas la verían de nuevo barriendo el patio y dándole de comer a los animales.

Lo cierto es que la Zulema ya no se quejaba del dolor, pero tampoco se movía ni volvió a hablar.
Una noche el Cristóbal y sus paisanos vinieron a cantarle chacareras y chamameses con sus guitarras y acordeones. La sacaron con cama y todo al frente del rancho; vinieron los Vidal, los de la chacra de Ramírez, los rusos Kopft y algún que otro borracho saliendo del bolicho. Parecía contenta la vieja, miraba hacia las estrellas y sonreía, miraba hacia el fogón y le brillaban los ojos, como si también le sonrieran. Uno de los convidados se acercó a tocarla, el Salvador estaba borracho y le gritó toda clase de maldiciones; ahí se descubrió que no era del pago y peor aún, que era un médico de la ciudad que había mandado a buscar el Ladislao, lo que bastó para que lo corran entre el monte hasta que se lo tragara la noche.

Un día la Guadalupe se metió en la casa gritando, muerta de miedo; se encerró en la pieza y no quería salir. Sólo repetía que había hablado con la muerta, que no se había dado cuenta cuando la pasó por al lado en el camino del almacén de El Gringo y le había dicho el buenos días; que cuando la miró a la cara para responderle y vio quién era le dieron ganas de orinarse, y se mojó entera, y así mojada y todo salió corriendo hasta su rancho para encerrarse sin ganas de volver a salir hasta que la entierren. Los que también la vieron no se explicaban como tan repentinamente la Zulema andaba por el pueblo saludando a la gente, vestida de negro y como si nada. Ninguno se animaba siquiera a acercarse a la casa para preguntarle al Salvador si ya estaba muerta, si quería que la entierren o el viejo se había vuelto loco y su almita andaba penando por negarle cristiana sepultura.
El caso es que jugando a las bochas, entre miradas y silencios, “a mi no me pregunten nada, porque conmigo no habla”, había dicho el Salvador. Al menos la que estaba encerrada pudo salir de la pieza dejando de pensar que había visto un fantasma. Para eso sirvió su confesión.

La vieron así por unos días. Luego desapareció, para convertirse en la Zulema a la que todos ya se habían acostumbrado; la mujer tirada en la cama y desmejorando en silencio.
Cuando llegó el final, el de la muerte inminente, algunos dijeron que esa mañana la Zulema también se había levantado, lo agarró del cuello al viejo y, después de decirle a la cara con los ojos mas vivaces que nunca “hijo de puta”, se había acostado para dejar de existir. Otros decían que hacía días había fallecido y el marido por vergüenza o por culpa no se animaba a decirle a nadie. La Guadalupe salió explicando que era mentira, que la desentierren, que la vieja nunca se había muerto porque nunca se había enfermado, que todo lo había hecho para darle un susto a ella por el amorío que andaba teniendo con el Ladislao. En fin.

Ya nos tenían patilludos con eso de la brujería. Entre el odio del Salvador y el Ladislao, entre todos los santos habidos y por recibirse en El Vaticano, los rosarios de las viejas y los animales perdidos, ninguno pudo advertir que a la Zulema, simplemente, le había agarrado un cáncer.-


ArielVerde. (Fotografia ArielVerde. Jaguar Bravìo -Prque. Urquiza Paranà. 2006)

Arrugas


El cuerpo desnudo era de otra persona, no reconocía los pliegues inconmensurables sobre la piel, las infinitas arrugas que sólo habían perdonado una parte de sus pechos. Ser una estrella no había detenido el tiempo, ni rellenado los surcos que acusaban su paso por la historia. Se sentaba desnuda sobre las sábanas blancas al anochecer, bañada por la luz de la luna que se colaba simplemente por las hendiduras de la ventana, acaso eso retrataba su belleza. Pero la luna había ido volviéndose tan cruel como los espejos, que le devolvían momentos de intensa soledad o de plena presencia de si misma. Aún en esa noche, tenía el coraje suficiente para sacarse las arrugas de encima.

Esbozaba de vez en cuando una sonrisa cortés, y muchas veces no se permitió llorar por no plantar las semillas ásperas que van haciendo estragos en el rostro de la gente. Pero con su cuerpo no había sido tan exitosa. Andaba así por la vida, deambulando como un fantasma enmascarado, liviana y arrugándose a cada paso.
Esperaba el otoño como al mejor de sus amantes. En esa época del año parecía feliz. Viajaba, siempre viajaba hacia los destinos más frondosos y tostados que la empresa le pudiera vender. En abril celebraba un recuerdo sobre el que giraban todas sus memorias. Sólo una vez, y nunca más en su vida, había dejado de maquillarse, se había rendido a la desobediencia de sus cabellos y había avergonzado al novio de buena familia a los pies de un altar. Sólo una vez había sentido el vértigo en el estómago que le alisaba la piel y la garganta; y fue cuando decidió correr el riesgo de equivocarse. “Si eres un error, – le había dicho- siempre serás el más bello de mis errores”. Y así se fue el otoño, llevándose consigo todas sus promesas.

Golpearon a su puerta y la muchacha abrió. “La buscan, señora”, y ella salió envuelta de una túnica blanca semitransparente sin preguntar siquiera de quien se trataba. Así eran las estrellas, andaban en bata, dormían con maquillaje y el olor del alcohol podía embriagar el ambiente pero nunca el perfume importado que llevaban sobre la piel. Su visitante no se sorprendió al verla en esas fachas.
- ¿A qué juegas, mamá?- le preguntó el joven dejando un bolso pequeño sobre la alfombra.
- A ser tu madre, porque de padre sólo te he dado un recuerdo- contestó, y maniobró su cuerpo en busca de la escalera que la llevaba hacia la planta alta. Su hijo la observó marcharse, altiva y entera como siempre, con el vaso de whisky entre sus dedos que apenas tenían la fuerza de sostener los anillos más valiosos que la misma casa. La miraba, su madre era el cuerpo bajo la seda y la mano que sostenía el vaso de whisky, pero el rostro era de otra persona, un testigo atemporal que le traía a la memoria la edad donde todo había comenzado. Su propia llegada al mundo y el abandono de su padre.
- ¿Cómo va con la telenovela?- Asturiano solía darle algún dinero a la mucama para que le contara los pormenores.
- Iba.
- Pero si no hace un mes que ha comenzado…
- La mataron al tercer capítulo.- La muerte ficcional. La única potencial muerte concebida por la estrella. Tessa le temía a esa muerte y no a la otra muerte posible. Desde el comedor en que Asturiano y Elina charlaban se sentía estruendosa la voz de Sabina- “…y morirme contigo si te matas/ y matarme contigo si te mueres…”- El joven tragó saliva, y se acercó hasta el zaguán en busca del maldito sobre que había dejado en la mesa de apoyo –“porque el amor cuando no muere mata…”- pero no lo encontró. Miró a la muchacha y quiso saber. El sobre con la noticia sobre la muerte de su padre no estaba por ninguna parte. Mas tarde el coche con vidrios polarizados atravesaba el muro que daba hacia Rivadavia. La puerta se abría y entre los acordes del final del estribillo de Sabina –“… y amores que matan nunca mueren”- se escuchaba sonoro el disparo. Elina observó atónita a Asturiano, el joven a la señora que comenzó a gritar pidiendo el auxilio de su guardaespaldas.

El tiro en la planta alta, el vaso de whisky, los anillos caros y el telegrama. Alguien debía explicarle a la señora por qué el ama de llaves acababa de pegarse un tiro en su alcoba. Pero ninguno si quiera pudo hablar cuando Tessa apareció en la escalera. Y la vieron salir en silencio, erguida como siempre, mirando en línea recta hacia el horizonte y tarareando esa canción, la de aquél otoño, la del rostro verdadero, con el batón semitransparente en dirección a la puerta
Fue difícil salir del shock. El joven no sabía si buscar a su madre o pedir las disculpas. La mucama acompañó a la señora en busca de sus pastillas a la habitación y el guardaespaldas procedía a actuar como se debe en esos casos. Asturiano corrió al patio, llamó a Tessa pero ella parecía no escucharle, en tanto la otra mujer y Elina descubrían el cadáver vestido de seda arrojado a los pies de la cama, aún en sus manos el sobre de la noticia, con aroma a alcohol y brotando sangre.-


ArielVerde (Fotografìa ArielVerde- Tributo a Juanele 2007)

La huìda


Decidió hospedarse en un hotel de Costa Salguero antes de continuar su camino a Ezeiza. Había sido una decisión muy estudiada esta de marcharse. Buenos Aires le pareció más europea que nunca, pero las calles porteñas le anticipaban la nostalgia del desarraigo.
Entró a la habitación y dejó las maletas a un lado. Una mesita resguardaba un libro de Osho sin rasgos de haber sido abierto. “La gente por acá anda muy deprisa”, se dijo. El ruido de los aviones distrajo su atención. Corrió las cortinas para ver como descendían y se alejaban de Aeroparque. Sintió un temblequeo en las rodillas. Cuanto más se acercaba el día del viaje, mayor era el temor por lo nuevo. Miró hacia las bocinas lejanas y los coches dejaban estelas en la autopista; todo marchaba como siempre.
Sus días se habían detenido. Permanecía en un estado de comunión con las personas y las cosas como si su mente hubiese congelado los espacios. Debía detenerse en aquél instante donde el corazón se agudiza y hecha un poco de luz sobre esa maraña de sentimientos que nos unen a las personas.
Tenía el alma rota, la familia era un caos, el trabajo escaseaba, los amigos se habían ido. Todo en esta patria le hincaba el corazón, y el amor había aparecido envuelto de condiciones asombrosas e imposibles. Era una lástima. Sacó de la billetera un boleto de Transportes Fluviales y leyó la inscripción en letras tambaleantes: “no me abandones”; luego lo giró para ver donde decía “tu amor me salva”.

Cuando llegó el ocho de mayo y subió al taxi rumbo a Ezeiza, no quería pensar en nada. Pero sintió la angustia presionarle el pecho y fue imposible contener el llanto.
En el Aeropuerto Internacional se detuvo unos minutos. Miró hacia los lados esperando si vendría. No se lo había prometido, pero le había dicho que su amor salvaba en los asientos traseros de un micro y en ese segundo de la velocidad en que se unen y se separan dos ciudades tan diferentes. Cuando oyó el anuncio del vuelo 545 de Southairlines para las 20:55 hs., comprobó que eso sólo ocurría en las películas. Entre una muchedumbre colmada de equipajes o de esperanzas, nadie le había venido a pedir que se quedara.

En los años en que se mantuvo lejos pudo reconstruir su fe, porque el lugar que había elegido resultó un pedacito de tierra alegre, hecha de hombres sufridos y castigados pero asombrosamente más felices. Cada vez que tenía oportunidad de abandonar el Brasil encontraba excusas para quedarse. En aquel tiempo fue acumulando motivos para regresar, pero ninguno lograba convencerle. Hasta que una promesa que se venia haciendo vieja le hizo desistir.

Después de tantos años la Estación Terminal reventaba de turistas. No imaginó que Paraná cambiaría tanto. La gente caminaba más apurada, algunos de sus amigos habían vuelto a Entre Ríos poco convencidos de que existieran tiempos mejores. Sólo había venido a cumplir el sueño de su hijo. Paulo a menudo se sentaba en sus rodillas a escuchar aquella historia esperando la parte en que aparecía un río, una ciudad-pueblo y otra más capitalista, luego le contaban del túnel construido por cientos de hombres metidos bajo las aguas y ya no podía dejar de soñarlo.
-Você fique aquí, cara. Eu vou até un banheiro e volto num segundinho.
-Valeu- respondió la criatura, sentado frente a la boletería de Transportes Fluviales. Caminó hacia el fondo vidriado desde donde se podía ver la plaza en que solían esperar el micro en su época de estudiantes. La Ciudad Paisaje no había cambiado; eran sus ojos los que la miraban diferente. Pensaba. Pensamientos ajenos al resentimiento, de una identidad latina, que sucumbían en la mente sin reproches hacia ningún sistema, hacia ninguna ciudad, hacia ninguna política. Pensamientos que le tarareaba un corazón herido, sin cuya herida quizá haya sido más fuerte y capaz de contribuir a alguna clase de cambio en el país. El duelo del regreso era necesario.

Cuando volvió, apenas si pudo distinguir la visera beige de la gorrita entre los estudiantes que se agolpaban a retirar sus pasajes para cruzar a la Universidad del Litoral. Pero a Paulo la gente no parecía importunarle; se lo veía entretenido intentando comunicarse en su dulce portugués con un chiquito sentado al lado suyo.
-Tudo bom?- le preguntó, mientras el otro niño los observaba con extrañeza. De inmediato se escucharon gritos desesperados. Alguien se acercaba a tropezones.
-¿Dónde te habías metido? ¡Ya está saliendo el cole!!!- Paulo se aferró a su brazo mientras regañaban al visitante. Giró su cabeza en dirección a la voz y se detuvo en el rostro del pequeño que le dedicó un guiño de complicidad.
-¿Por qué hablan así?- preguntó el otro niño a quien se quedó en silencio frente a la carita de Paulo.
Fue un instante. Como en ese instante en que ya no se tiene la certeza si es que se unen o se separan las dos ciudades, en que las miradas de los adultos se cruzaron y sintieron el espasmo, el golpe de sudor, la sangre irrumpiendo por todos los rincones de sus cuerpos, los latidos, las contorsiones en el estómago. Era incontenible verse otra vez, así, ahora, tan parecidos, como si siete años no hubiesen transcurrido en sus corazones. No podían dejar de mirarse. No había qué decir. Y de repente escuchó la peor noticia, la que nunca imaginó, la menos esperada.
- Cuando llegué a Ezeiza eran las nueve de la noche... Nunca supe a dónde ibas.
- Cinco minutos...-pensó en voz alta. En ese lapso había abierto el libro de Osho que se llevó del hotel. Recordaba de memoria un pasaje sencillo: “Cuando tienes conciencia del tiempo, estás en manos de la muerte. Cuando no la tienes, la muerte, simplemente, no puede entrar. Ella ingresa a través del tiempo (...) La muerte es tiempo y la vida es eterna, atemporal. Tú eres la vida, y no la muerte.”
Paulo le tomó la mano reclamando su atención. Juntaron las mochilas y se acercaron al ómnibus. No quería mirar hacia atrás, entre tanta gente aún podía identificar el sonido de los pasos que alguna vez marcharon a su lado. El mismo andar firme y seguro que le daban la fuerza y la dirección a su propia marcha.

Subieron al micro en asientos contiguos como en aquél tiempo. Ahora presos de la casualidad, ahora conteniendo las lágrimas, ahora sintiendo por primera vez la presión del río sobre sus cabezas, y medio muertos. “Apenas unos instantes”, se repetía mientras observa a Paulo, tan feliz como estaba, con esa sonrisa inmensa bajo la visera beige. Entonces sacó del bolsillo el boleto, lo escribió, y se lo entregó a la única persona que amaría en este o cualquier otro sitio. El papel regresó a sus manos envuelto de la sensación terrible de un presente equivocado.-



ArielVerde.- (Fotografía ArielVerde.Farol de La Boca- Bs. As. 2007)

Estigma


Al final
siempre hay un canto
y un cambio y un eco

tras todo lo que se rompe
y se cae en cenizas y se levanta

como el agua del mar
capturada y liberada por la tormenta

como la piel recupera
cada centìmetro de las heridas

como mi alma

que resurge en este cuerpo
siempre que hay alguien
que llega
y lo marca y lo sostiene

y le hace ruido.-


3º Premio, Ediciones Baobab, 2007

ArielVerde (Fotografía ArielVerde "América". 2006)