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Paranà, Entre Rios, Argentina
Apasionado por las personas y de espiritu curioso. Con gusto por la literatura desde niño, explorando un poco de poesìa y de narrativa. Es así como he aprendido a contemplar la vida, maravillosa y cruel, como sucede.-

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martes, 30 de diciembre de 2008

Arrugas


El cuerpo desnudo era de otra persona, no reconocía los pliegues inconmensurables sobre la piel, las infinitas arrugas que sólo habían perdonado una parte de sus pechos. Ser una estrella no había detenido el tiempo, ni rellenado los surcos que acusaban su paso por la historia. Se sentaba desnuda sobre las sábanas blancas al anochecer, bañada por la luz de la luna que se colaba simplemente por las hendiduras de la ventana, acaso eso retrataba su belleza. Pero la luna había ido volviéndose tan cruel como los espejos, que le devolvían momentos de intensa soledad o de plena presencia de si misma. Aún en esa noche, tenía el coraje suficiente para sacarse las arrugas de encima.

Esbozaba de vez en cuando una sonrisa cortés, y muchas veces no se permitió llorar por no plantar las semillas ásperas que van haciendo estragos en el rostro de la gente. Pero con su cuerpo no había sido tan exitosa. Andaba así por la vida, deambulando como un fantasma enmascarado, liviana y arrugándose a cada paso.
Esperaba el otoño como al mejor de sus amantes. En esa época del año parecía feliz. Viajaba, siempre viajaba hacia los destinos más frondosos y tostados que la empresa le pudiera vender. En abril celebraba un recuerdo sobre el que giraban todas sus memorias. Sólo una vez, y nunca más en su vida, había dejado de maquillarse, se había rendido a la desobediencia de sus cabellos y había avergonzado al novio de buena familia a los pies de un altar. Sólo una vez había sentido el vértigo en el estómago que le alisaba la piel y la garganta; y fue cuando decidió correr el riesgo de equivocarse. “Si eres un error, – le había dicho- siempre serás el más bello de mis errores”. Y así se fue el otoño, llevándose consigo todas sus promesas.

Golpearon a su puerta y la muchacha abrió. “La buscan, señora”, y ella salió envuelta de una túnica blanca semitransparente sin preguntar siquiera de quien se trataba. Así eran las estrellas, andaban en bata, dormían con maquillaje y el olor del alcohol podía embriagar el ambiente pero nunca el perfume importado que llevaban sobre la piel. Su visitante no se sorprendió al verla en esas fachas.
- ¿A qué juegas, mamá?- le preguntó el joven dejando un bolso pequeño sobre la alfombra.
- A ser tu madre, porque de padre sólo te he dado un recuerdo- contestó, y maniobró su cuerpo en busca de la escalera que la llevaba hacia la planta alta. Su hijo la observó marcharse, altiva y entera como siempre, con el vaso de whisky entre sus dedos que apenas tenían la fuerza de sostener los anillos más valiosos que la misma casa. La miraba, su madre era el cuerpo bajo la seda y la mano que sostenía el vaso de whisky, pero el rostro era de otra persona, un testigo atemporal que le traía a la memoria la edad donde todo había comenzado. Su propia llegada al mundo y el abandono de su padre.
- ¿Cómo va con la telenovela?- Asturiano solía darle algún dinero a la mucama para que le contara los pormenores.
- Iba.
- Pero si no hace un mes que ha comenzado…
- La mataron al tercer capítulo.- La muerte ficcional. La única potencial muerte concebida por la estrella. Tessa le temía a esa muerte y no a la otra muerte posible. Desde el comedor en que Asturiano y Elina charlaban se sentía estruendosa la voz de Sabina- “…y morirme contigo si te matas/ y matarme contigo si te mueres…”- El joven tragó saliva, y se acercó hasta el zaguán en busca del maldito sobre que había dejado en la mesa de apoyo –“porque el amor cuando no muere mata…”- pero no lo encontró. Miró a la muchacha y quiso saber. El sobre con la noticia sobre la muerte de su padre no estaba por ninguna parte. Mas tarde el coche con vidrios polarizados atravesaba el muro que daba hacia Rivadavia. La puerta se abría y entre los acordes del final del estribillo de Sabina –“… y amores que matan nunca mueren”- se escuchaba sonoro el disparo. Elina observó atónita a Asturiano, el joven a la señora que comenzó a gritar pidiendo el auxilio de su guardaespaldas.

El tiro en la planta alta, el vaso de whisky, los anillos caros y el telegrama. Alguien debía explicarle a la señora por qué el ama de llaves acababa de pegarse un tiro en su alcoba. Pero ninguno si quiera pudo hablar cuando Tessa apareció en la escalera. Y la vieron salir en silencio, erguida como siempre, mirando en línea recta hacia el horizonte y tarareando esa canción, la de aquél otoño, la del rostro verdadero, con el batón semitransparente en dirección a la puerta
Fue difícil salir del shock. El joven no sabía si buscar a su madre o pedir las disculpas. La mucama acompañó a la señora en busca de sus pastillas a la habitación y el guardaespaldas procedía a actuar como se debe en esos casos. Asturiano corrió al patio, llamó a Tessa pero ella parecía no escucharle, en tanto la otra mujer y Elina descubrían el cadáver vestido de seda arrojado a los pies de la cama, aún en sus manos el sobre de la noticia, con aroma a alcohol y brotando sangre.-


ArielVerde (Fotografìa ArielVerde- Tributo a Juanele 2007)

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