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Paranà, Entre Rios, Argentina
Apasionado por las personas y de espiritu curioso. Con gusto por la literatura desde niño, explorando un poco de poesìa y de narrativa. Es así como he aprendido a contemplar la vida, maravillosa y cruel, como sucede.-

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martes, 30 de diciembre de 2008

La bronca


El malparido del Ladislao mandó a hacerle un pachichí a la Zulema. La vieja siempre andaba medio opa, pero nunca antes la notamos con ese andar pachorriento, enredándose las patas todo el tiempo como una vaca maniatada.
Ya me tenían patilludo con eso del bicho muerto en la puerta de la pieza. La doña vivía en el suelo gritando del dolor, y el Salvador puteaba todo el santo día al cornudo del Ladislao. No soltaba un peso para llevarla al médico; al parecer le importaba un pito que la Zulema estuviese embrujada. Mientras los vecinos le traían estampitas de todos los santos posibles, entre rosario y rosario, el Salvador puteaba por el animal que el otro le había robado de mal parido que era nomás.
La pelea se remontaba a cuando los hermanos dividieron el campo y la cosecha de uno se podría por la envidia del otro. Ahora al Salvador iba a podrírsele la vieja también.
Gumersinda bajó dos o tres veces del morro para curar de palabra a la Zulema. Todos le tenían miedo a la Gumer, como si fuese la mismísima madrina del Nazareno Cruz hecho lobo. Apenas si pudo aliviarle algo del ardor que le corría por los intestinos con la falsa promesa de que en unas semanas la verían de nuevo barriendo el patio y dándole de comer a los animales.

Lo cierto es que la Zulema ya no se quejaba del dolor, pero tampoco se movía ni volvió a hablar.
Una noche el Cristóbal y sus paisanos vinieron a cantarle chacareras y chamameses con sus guitarras y acordeones. La sacaron con cama y todo al frente del rancho; vinieron los Vidal, los de la chacra de Ramírez, los rusos Kopft y algún que otro borracho saliendo del bolicho. Parecía contenta la vieja, miraba hacia las estrellas y sonreía, miraba hacia el fogón y le brillaban los ojos, como si también le sonrieran. Uno de los convidados se acercó a tocarla, el Salvador estaba borracho y le gritó toda clase de maldiciones; ahí se descubrió que no era del pago y peor aún, que era un médico de la ciudad que había mandado a buscar el Ladislao, lo que bastó para que lo corran entre el monte hasta que se lo tragara la noche.

Un día la Guadalupe se metió en la casa gritando, muerta de miedo; se encerró en la pieza y no quería salir. Sólo repetía que había hablado con la muerta, que no se había dado cuenta cuando la pasó por al lado en el camino del almacén de El Gringo y le había dicho el buenos días; que cuando la miró a la cara para responderle y vio quién era le dieron ganas de orinarse, y se mojó entera, y así mojada y todo salió corriendo hasta su rancho para encerrarse sin ganas de volver a salir hasta que la entierren. Los que también la vieron no se explicaban como tan repentinamente la Zulema andaba por el pueblo saludando a la gente, vestida de negro y como si nada. Ninguno se animaba siquiera a acercarse a la casa para preguntarle al Salvador si ya estaba muerta, si quería que la entierren o el viejo se había vuelto loco y su almita andaba penando por negarle cristiana sepultura.
El caso es que jugando a las bochas, entre miradas y silencios, “a mi no me pregunten nada, porque conmigo no habla”, había dicho el Salvador. Al menos la que estaba encerrada pudo salir de la pieza dejando de pensar que había visto un fantasma. Para eso sirvió su confesión.

La vieron así por unos días. Luego desapareció, para convertirse en la Zulema a la que todos ya se habían acostumbrado; la mujer tirada en la cama y desmejorando en silencio.
Cuando llegó el final, el de la muerte inminente, algunos dijeron que esa mañana la Zulema también se había levantado, lo agarró del cuello al viejo y, después de decirle a la cara con los ojos mas vivaces que nunca “hijo de puta”, se había acostado para dejar de existir. Otros decían que hacía días había fallecido y el marido por vergüenza o por culpa no se animaba a decirle a nadie. La Guadalupe salió explicando que era mentira, que la desentierren, que la vieja nunca se había muerto porque nunca se había enfermado, que todo lo había hecho para darle un susto a ella por el amorío que andaba teniendo con el Ladislao. En fin.

Ya nos tenían patilludos con eso de la brujería. Entre el odio del Salvador y el Ladislao, entre todos los santos habidos y por recibirse en El Vaticano, los rosarios de las viejas y los animales perdidos, ninguno pudo advertir que a la Zulema, simplemente, le había agarrado un cáncer.-


ArielVerde. (Fotografia ArielVerde. Jaguar Bravìo -Prque. Urquiza Paranà. 2006)

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